Tendiendo puentes: Mino Piane, periodista italiano, narra cómo se convive con el Coronavirus en Bologna.

Durante la mañana de hoy el productor y comunicador Martín Alejandro Piñeiro entrevistó en su programa radial «Sin Filtro», que se emite de lunes a viernes de 9 a 12 hs por FM 99.5 Radio Verdad, al periodista italiano Mino Piane, con quien se ha mantenido en comunicación desde los primeros días de marzo a la fecha. El amor por la comunicación responsable los une y, por eso, buscan tender puentes entre Argentina e Italia, dos países cuya historia está íntimamente ligada. Las olas inmigratorias en épocas de guerra y la emigración de argentinos que se ha dado en las últimas décadas hacia esas tierras europeas en busca de nuevos horizontes entretejen historias a uno y otro lado del océano y hacen que el sufrimiento de unos sea también el padecimiento de los otros.

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La semana pasada, Mino, que reside en Bologna, contaba cómo su lugar se ha transformado en una «ciudad fantasma», al igual que la mayoría de las urbes italianas. Decía que todo le parece «surreal». Para pintar el escenario, hacía referencia a uno de los elementos centrales de su tierra: la Universidad, considerada la más antigua del mundo occidental (fundada en el año 1088). A fin de hacer comprender la importancia de esta institución para la vida de Bologna, explicaba que, de los 500.000 habitantes que viven allí, 120.000 son estudiantes universitarios y que, desde principios de marzo, esos jóvenes debieron abandonar las calles. Según Mino, eran quienes llenaban de alegría el sitio. Así comenzó la quietud, instalando «un vacío y un silencio ensordecedores». De ese modo comenzó la cuarentena, práctica que hoy también los argentinos padecemos como un mal necesario, determinada allí, en un principio, hasta el 3 de abril.

En la primera entrevista, ambos comunicadores hablaban sobre las medidas que tomó el gobierno italiano, similares a las que paulatinamente se aplican hoy aquí, en Argentina: la prohibición de salir del lugar de residencia y la presencia de la policía en las calles, para garantizar lo que muchos, que minimizan la situación, no cumplen.

Según Mino, todo parecía indicar que estaba viviendo en el mundo que Orwell fabulaba en su conocida obra 1984, aunque la realidad se empeña en superar a la ficción. El Coronavirus, decía, está dejando destrozada a la economía pero el verdadero efecto se advertirá después, con todo lo que vendrá. Pero eso no es lo peor: una generación está siendo diezmada. Para ejemplificar, compartía una triste anécdota sobre dos adultos mayores que, después de haber vivido 62 años juntos, terminaron internados el 7 de marzo en el hospital, en Bérgamo, cerca de Milán, y el día 10 murieron, con dos horas de diferencia, solos, sin poder abrazar a sus hijos. «Así es el Coronavirus», se lamentaba.

Esta era, en su propia voz, la información que comunicaba a su colega pergaminense Martín Piñeiro hace una semana atrás:

A la vista están los cambios en las cifras, si se compara con lo que  se vive en Italia actualmente, cuando se registraron 475 nuevos muertos por Coronavirus en un día, lamentable récord desde el inicio de la pandemia, y cuando se ha reportado un total de 2.978 fallecidos y 35.713 casos positivos de COVID-19, según el último balance ofrecido en rueda de prensa por el jefe de la Protección Civil, Angelo Borrelli.

Hablar es un desahogo; sirve para tender la mano virtualmente, en épocas en que los besos y abrazos han quedado pospuestos y confinados al miedo y a la sospecha. Compartir información a uno y otro lado de este mundo, que hoy se une en la desgracia, debería ayudarnos a dimensionar cómo ha evolucionado la situación en otros países para alertarnos. Las fronteras se rompen porque la vulnerabilidad no distingue entre nacionalidades, pero también se diluyen gracias a la tecnología, que es hoy para nosotros una ventaja.

Los argentinos aún estamos a tiempo de actuar para sufrir el menor daño posible.

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«La bestia», como llama Mino al Coronavirus, «es real» y nadie está exento de ser afectado. Muchos médicos, a pesar de los cuidados, murieron ya en servicio. Todas las vidas han cambiado: se sale lo menos posible; quienes pueden, trabajan desde sus casas; se tiene la necesidad de salir, pero se sabe que es tiempo de esperar, de resistir; y se sueña con que más adelante se podrá, aunque, es notorio, muchos ya no estarán. Internet sostiene los lazos con el mundo. En el caso de Mino, su perro es motivo de uno de los pocos vínculos que mantiene con el exterior. Pero ya no hay parque, solo una fugaz salida fuera de su casa y un regreso rápido a la reclusión. La ventaja, dice, es que ahora, que sale a «respirar», ha notado que hay menos smog, menos «niebla tóxica». A pesar del dolor, la evidencia muestra que también los seres humanos somos un poco el virus del planeta. En referencia a ello, el entrevistador, Martín Piñeiro, le consultaba sobre la veracidad de las noticias que llegaban acerca de que la naturaleza, producto del aislamiento de las personas y de la reducción del tránsito, está tomando merecido territorio. Son conocidos los casos de cisnes, delfines y hasta jabalíes que  se acercan a las ciudades italianas, hoy desiertas. Mino lo confirma y agrega que otra cosa ha regresado: Todos esperan a las 18 hs porque es momento de la ansiada cita con la lejana pero cálida compañía de otros que, aunque quizás desconocidos en su mayoría, se encuentran en las mismas. A las seis de la tarde salen a los balcones y entonan juntos canciones famosas para sentirse cercanos, menos solos.

Mucho del mundo conocido, al menos por un tiempo, se ha ido; pero vuelven formas de ver y de sentir a quienes, en la vorágine de la rutina diaria y subidos – por interés o enajenación – al tren de un mundo capitalista, ignorábamos.

De este modo intercambiaban palabras Martín y Mino hoy:

Desde uno y otro lado del Atlántico, dos comunicadores tienden puentes para llevar esperanzas en tiempos difíciles. Dos que intentan ser todos. Dos que, a pesar del tiempo y del espacio, saben y disfrutan las mismas canciones. Dos que sueñan con que pase la pesadilla y con que podamos cantar a garganta abierta, como Pavarotti,  «Oh sole mío»: «Qué bella cosa un día de sol,/el aire sereno después de una tormenta/por el aire fresco parece ya una fiesta…/qué bella cosa un día de sol.» Pronto, si actuamos a tiempo, vendrán los días en que nuevamente andaremos las calles con libertad y sin miedo. Más allá de teorías sobre orígenes y destinos de nuestros flagelos, es tiempo de enfrentar una amenaza que existe. Ojalá seamos capaces de mirar y agradecer el sol que hoy añoramos. Todo puede ser, si tomamos conciencia.

Por Diana Santoro

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