DE FINALES Y REINICIOS

yoDesearnos «feliz año nuevo» puede ser una expresión de sincero y amoroso deseo. Es, sin embargo, también una ilusoria mentira. Quizás un poco necesaria. Sobre la base de inevitables, cíclicas y funcionales ficciones y parciales visiones de la realidad nos hemos construido para terminar, ineludiblemente, deconstruyéndonos y volviendo a empezar en este camino en que estamos condenados a evolucionar.  Los años son lo que son. Nuestro deseo y nuestra potestad no resultan, afortunadamente, suficientes para controlar la existencia. Lo reconozco porque es cierto y lo agradezco porque, mal que nos pese, no contamos con la sabiduría para controlar el mundo. ¿Cómo sería un planeta en que se cumplieran los anhelos de todos, que resultan a veces tan antagónicos y tan egoístas? No sé por qué artilugios de la vida vivimos deseando controlar todo. Sí sospecho por qué avatares: miedo y deseo. Probablemente son estos rasgos de nuestra naturaleza los que más determinan nuestras decisiones, causa primera y final de lo que nos toca experimentar. Aunque de vez en cuando toque sufrir, celebro la imprevisibilidad y lo diverso.

 

Todo en un año cambia: los momentos del día, los meses, las estaciones…  Un año puede ser muy diferente al anterior y al que sigue. Hay años para todo: para disfrutar, para esperar, para padecer, para ganar, para reflexionar, y así, ad infinitum. Sin embargo, aunque la naturaleza misma de la vida es transformarse, persistimos en resistir. Nos caracteriza la desinteligencia de desear una vida monocorde, una vida que no es vida porque, de ser estática, contradiría su esencia. Confundimos tranquilidad con un control que, en exceso y ejercido de forma necia, capichosa e indolente, es una de las formas del asesinato y de la muerte.

Y es tan bipolar nuestra resistencia que, aun alcanzando esa rutina tranquilizadora, un día amanecemos y ya no nos reconocemos en esta vida, en este cuerpo que habitamos. Todo pierde sabor. Aceptar la vida en blanco y negro y crear los grises no es apología de lo desagradable ni resignación; es aceptación y se traduce en supervivencia digna y edificante. También suele invadirnos el afán clasificatorio: como las personas, las experiencias, sentimientos y todo lo que nos rodea, los años son, a nuestro juicio, «buenos» o «malos». No somos capaces de entender ni apreciar la complejidad. Entonces instauramos grietas, porque las llevamos dentro.

Las grietas que abrimos para separarnos del otro son un problema a resolver. Las internas, son aperturas a comprender. Deberíamos recordar que algunas grietas internas sirven para guardar la herida, esa que nos recuerda cómo no volver a caer y cómo hicimos para salir. Puede ser el refugio para nuestro capital de fortaleza. Sin embargo, la ocultamos, para no verla; la maquillamos, para no mostrarla. Las roturas y cicatrices de nuestros tránsitos podrían ser, si lo entendiéramos así, los mejores mapas de ruta para nuestros momentos de extravío.

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Cuando los años que nos disgustan, bien ayudados por nosotros, instalan bandos a uno y otro lado del abismo, tampoco somos capaces de intentar un equilibrio de fuerzas. Queremos bombardear y borrar al otro; callarlo, demonizarlo. No entendemos que, en la lucha por el dominio de la cuerda, necesitamos a un otro opuesto que sostenga. Tirar y resistir con fuerza pero con respeto es lo que deja al nudo de la soga en el centro, en el justo medio, y lo que posibilita dar a luz nuevas, más justas y desinteresadas verdades. Si el otro soltara la soga, ganaríamos y perderíamos en el mismo instante.  Así de perfectamente complejo es el desafío de la vida personal y social.

La culpa de nuestros males siempre la tiene «el año» (el otro). Pero no es la experiencia en sí, cíclica y que ignora por completo nuestro ego y necesidades, la culpable. Es nuestra falta de perspectiva y de visión. La buena noticia es que la nuestra es una ceguera elegida; por lo tanto, es solo cuestión de decisión el abrir los ojos.

Este año, como todos, habrá sido particular: ¿Cuántos viejos conocidos se nos habrán revelado/rebelado  como extraños? ¿Con cuántas nuevas personas  nos habremos encontrado frente a frente  y reconocido en esta hermandad del ser humanos? ¿Qué cosas estaremos pidiendo al nuevo año? ¿Seremos capaces de eliminar de la lista de deseos la nómina de imperfecciones corporales y económicas a mejorar? Ojalá te descubras, llegada la medianoche, sin expectativas pero con motivaciones. Ojalá tu único imperativo sea «ser mejor persona» y puedas planearlo más allá de moralinas y heteronomias ajenas. Ojalá puedas concebirlo y concretarlo como un andar en la senda del autoconocimiento y no como destino.

Por eso y mucho más, no te deseo un buen año. No deseo que todo sea fácil, gratificante y que te rías. Porque a lo mejor te hace falta llorar. Te voy a desear, simplemente, que no te pierdas. Que te desconectes de la dramatización pendular que te hace mutar de víctima a victimario en función de mandatos externos que te exceden y de estructuras internas que te dominan y tiranizan. Que puedas salir de la rueda de esa impronta ciclotímica que llevamos dentro y que sistematizamos en máquina colectiva. Que te conectes, en cambio, con la individualidad y unicidad genuinas y pacíficas. Así que: ¡Buenos nuevos descubrimientos y aprendizajes para este año que está a punto de comenzar! Y nunca olvides que la trama puede ser compleja pero eso no significa que no valga el viaje.

Por Diana Santoro

 

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