PALABRAS QUE ENCADENAN

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La palabra quizás sea el arma más peligrosa del mundo. La palabra se desliza, naturalmente, en nuestra vida cotidiana o se oculta tras el silencio. Y, por tanta omnipresencia, se natulariza. En el transcurrir de vidas inconscientes, palabras van, palabras vienen; hablamos por hablar, callamos por no saber qué decir. Hablamos para lastimar y controlar, callamos porque no estamos, porque no somos, porque manipulamos. El arma que se vuelve muy visible y utilizada es la más efectiva, la más letal: la costumbre, la convivencia nos vuelven víctimas ideales que no solo padecen en la inconsciencia sino que devienen en engranajes funcionales a la dinámica que las oprime. El sistema de la palabra destructiva  se vuelve, entonces, perfecto: se diluyen las fronteras entre víctimas y victimarios, pues el arma pasa de mano en mano, de boca en boca, mientras se desdibujan los rostros, las identidades, la unicidad y las oportunidades.

 

El uso de la palabra conlleva una gran responsabilidad. Vivir la palabra debería ser un acto de libertad: elegir qué decir, elegir qué escuchar. Es nuestro derecho. Mas ninguna libertad puede ejercerse desde la inconsciencia.

¿Sos consciente sobre cómo usás las palabras? ¿Podés ver con claridad cuál es tu lugar en el sistema? Si te ubicaran en un espacio, con los ojos vendados, a la espera de ser atacado de alguna forma, a la espera de que la vida simplemente transcurra, vulnerable frente la forma en que los demás viven, ¿cómo podrías defenderte?

estamos hechos de palabras

La manipulación está ahí, presente, porque, cuando nos desconectamos de nosotros mismos y de los demás, somos sujetos de vacío, de miedo. Entonces somos, también, presa de la necesidad de poder. Y el poder no es más que tener la capacidad o facultad de hacer algo. Con poder se nace, pero el empoderarse se hace. El empoderamiento, como todo, tiene dos caras: se construye desde y por uno mismo, o sobre un otro. ¿Hace falta aclarar cuál es la vía correcta para empoderarnos? Simplemente debemos observar cuál es el suelo que se extiende bajo nuestros pies: si es el de la confianza, el de la autoestima, el del crecimiento, el de la sana empatía, el de la determinación y la fortaleza, habremos tomado el camino cierto; si, por el contrario, caminamos sobre los cuerpos de quienes debimos someter, moldear, callar, derruir, roer, seremos autores indolentes de una historia de vida signada por la destrucción del otro y la ausencia total de todo lo bueno que verdaderamente somos y podemos ser.

Tanto en los pequeños círculos sociales como en el vasto mundo de las ideas y de la política, en todo el mundo, los mundos, que creamos, y que se sostienen y condenan por el tipo de uso que damos a la palabra, habita el arma del lenguaje. En nosotros, cuando estamos ausentes, vive la necesidad de manipulación. Su conjunción puede ser terrible.

escuchar oir

Una de las funciones del lenguaje es la persuasión: nos comunicamos para convencer. Cuanto más fragmentados estamos, más armaduras, banderas y luchas sostenemos. Si somos capaces de ir a la batalla que creemos correcta agradeciendo la presencia de otros que sueñan igual, pero sin necesidad de cargarnos de discursos orientados a dirigir sus vidas, estaremos ejerciendo nuestro derecho a ser y a construir desde nuestra propia experiencia  vital y consciente, desde la convicción de que hemos tomado el sendero que descubrimos como mejor, pero teniendo la capacidad de romper el mapa y recalcular el rumbo cuando sea necesario. En cambio, si la plenitud de nuestras vidas depende de que alguien más nos siga, de que otro justifique y pruebe, con su presencia y obediencia, que tenemos razón, seremos potenciales candidatos a constituirnos como entes manipuladores o perpetuadores de dinámicas de manipulación superiores.

Y la pregunta es: ¿Quién pierde más? Nadie, o todos. Si nuestras decisiones dependen de lo que otra persona indica, aconseja u ordena, o, del otro lado de la historia, de la necesidad de controlar todo lo externo,  habremos perdido lo más importante: la oportunidad de vivir. No decidir con discernimiento, libertad y bondad sobre la propia existencia es no vivir. Si me controlan, estoy ausente. Si controlo, también. No hay vida, entidad ni unicidad posible si me construyo y destruyo en función de otro que me domina o a quien necesito dominar.

Cuando las palabras, tuyas o ajenas, esconden los hechos; cuando hacen desaparecer realidades (lo que incluye personas y personalidades);  cuando movilizan emociones destructivas; cuando (con)(des)figuran mentes; cuando se repiten, desgastan y son abusadas para volverlas vacías; cuando se callan o son calladas; cuando se redoblan los esfuerzos para justificar su propia existencia y necesidad; cuando vehiculizan promesas faltas de verdad; cuando dividen…  sobran.

Entonces, será momento de deponer las armas, de devolver a las voces y a los silencios su justo momento, lugar y misión. ¿Cómo? Estando presentes y conscientes en el acto de cada pronunciación y omisión; creciendo para accionar en lugar de reaccionar; siendo lo suficientemente libres como para no necesitar tener razón… Siendo y dejando Ser.

 

Diana Santoro

Profesora en Letras

Comunicadora

PROFESORA DE YOGA

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