INTERNACIONALES- VIDEO- Trump –Comey: ¿Un nuevo watergate? Del Zócalo a Los Pinos

En junio de 2013, el Presidente Barack Obama tomó una decisión de la que quizá se arrepentirá por el resto de su vida

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Ya que tuvo, tiene y marcará por el resto de la historia un final no tan feliz de su paso por la Casa Blanca, al haber perdido Hillary Clinton, la candidata de su partido y de él mismo en la elección para relevarlo: el nombramiento de James Comey –nacido en 1960, estudiante de química y religión antes de doctorarse en derecho- al frente del FBI, en sustitución de Robert Mueller.

Jurista reconocido por su independencia de criterio, fuerte carácter e identificación con el partido Republicano. Antes de acceder como segundo a bordo en el Departamento de Justicia durante la presidencia de George W. Bush, se había desempeñado como Fiscal en Chicago, Richmond y Nueva York. Tales credenciales le valieron para ser ratificado por el Senado como director del FBI con sólo un voto en contra. En el 2004, en la vorágine de la «mentalidad de guerra» adoptada por Bush, en respuesta al 11-S, se opuso argumentando ser anticonstitucional y detuvo una «ampliación» del programa de escuchas. En otros lances en sus años de fiscal, llevó a juicio por estafa a la presentadora de TV. Martha Steward, persiguió al mafioso Gambino, descubrió fraudes en Wall Street y participó en la investigación al lado de Rudy Giuliani sobre Whitewater, que involucraba los intereses inmobiliarios de los Clinton en Arkansas.

Sin embargo, todo lo anterior se queda en el anecdotario menor, opacado por dos hechos de la mayor controversia, que contra la tradición de que el Buró de Investigación no se involucra en política interna, menos electoral –a diferencia de la CIA que anda metida como «chivo en cristalería» en elecciones de todo el mundo- fueron a juicio de analistas políticos, medios de comunicación y la propia Hillary, determinantes en el resultado final de la elección de noviembre pasado y pueden serlo en lo que venga en los meses siguientes para la presidencia de Donald.

En julio de 2016, Comey anunciaba que el FBI cerraba la investigación sobre el supuesto uso ilegal de un servidor privado que la candidata Clinton había hecho cuando se desempeñó como Secretaria de Estado, a la que llamó «descuidada» en el manejo de información clasificada, provocando en ese momento el enojo del candidato Trump que traía como «bandera» el tema. Ya en octubre, en plena recta final de la contienda, cuando las encuestas preveían un holgado triunfo de Hillary; el 28, diez días antes del escrutinio en urnas, Comey volvió a saltar al escenario para revelar, que el FBI había encontrado un nuevo grupo de correos electrónicos y reabría la investigación. El «efecto Comey» fue devastador para la candidata demócrata. Hace algunas semanas en Nueva York Clinton declaró «Si la elección hubiera sido el 27 de octubre yo sería presidenta».

Días antes de ser despedido, Comey le dijo a una Comisión del Senado «Me hace sentir ligeras nauseas pensar que pudimos tener algún impacto en las elecciones. Pero honestamente no cambiaría mi decisión».

Ya siendo presidente Trump, comenzaron a aparecer «detalles» del –hasta hoy no probado aunque las huellas aparecen por todos lados- apoyo del gobierno ruso –técnico y posiblemente en «cash»- a la campaña y triunfo del republicano, especialmente en el hackeo y filtración de información; y aquí de nuevo Comey es protagonista. El 20 de marzo frente al Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, reveló que el FBI estaba investigando si miembros del equipo de campaña de Trump conspiraron con Rusia para influir en las elecciones de 2016. La declaración tuvo un efecto de misil tierra-aire en la Casa Blanca, que ya semanas antes había despedido al Asesor Nacional de Seguridad, Michael Flynn por no haber informado «correctamente» al Vicepresidente Mike Pence de sus conversaciones con el Embajador Ruso; por el mismo tema desde principios de marzo Jeff Sessions, Fiscal General de los EU, se había separado de las investigaciones sobre la posible intromisión de Moscú en la campaña, al conocerse que durante su proceso de confirmación para el cargo, ocultó, o en el mejor de los casos «se le olvidó», mencionar de sus encuentros con el mismo embajador ruso.

En esas andaban, Trump y Comey, cuando el pasado 3 de mayo, Comey compareció varias horas ante el Comité Judicial del Senado, donde defendió su decisión de llevar hasta sus últimas consecuencias la investigación sobre el involucramiento ruso. Cuentan las crónicas que desde el comedor de la Casa Blanca, donde se ha instalado un moderno televisor de 1.5 metros de largo, un colérico Trump seguía la transmisión y tomaba la decisión de correrlo por «traidor». Si no le perdonaba haberlo desmentido de sus acusaciones de que Obama lo espiaba, menos aceptaría tal desafío; el fin de semana lo pasó jugando golf; el martes aplicando su teoría de «si te atacan una vez responde con diez ataques» anuncio el despido de Comey argumentando como perdida de la confianza su decisión de «cerrar en julio del año pasado el caso de los correos de Clinton, sin permitir a la fiscalía intervenir»; un tema ya superado y del que nadie se ocupaba.

En los días siguientes comenzaron a surgir nuevos detalles; el New York Times reveló una «misteriosa» cena privada el 27 de enero entre Trump y Comey en la que Donald increpó a Comey si en la investigación sobre Rusia le sería «leal», a lo que Comey respondió con un lacónico «seré honesto»; hay quienes ya describen el despido como una operación de la Casa Blanca para obstruir una investigación criminal; el viernes Trump publicó un nuevo y amenazante tuit «Será mejor para Comey que no haya grabaciones de nuestras conversaciones antes de que empiece a filtrar a la prensa» escribió.

La prensa ya se pregunta si Trump graba sus conversaciones en el Salón Oval y si este tema desde «Rusia con amor» no llegará a desembocar en un nuevo Watergate; por ahora sólo revela que el cinismo de Donald Trump lo delata. Dejémoslo al tiempo.

¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?

 

Fuente: Grupo Fórmula

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