14 noviembre, 2024

Los federales siguen «limpiando» Rosario

El desembarco de las fuerzas federales en Rosario. En medio de una sangrienta interna mafiosa, el contingente encabezado por Berni deberá pacificar los arrabales de una ciudad sacudida por hampones y uniformados corruptos.

El desembarco de las fuerzas federales de seguridad en Rosario nació para simbolizar la soberanía estatal sobre un territorio gobernado hasta entonces por el crimen organizado. A tal efecto fueron movilizados 3000 efectivos en 800 vehículos.

Su infraestructura incluye siete helicópteros, un avión, 50 perros antidrogas y un sistema de comunicaciones con tecnología de punta. Y se trata -según sus hacedores- del operativo más ambicioso de la historia policial argentina.

En resumidas cuentas, su acto iniciático en los arrabales rosarinos más picantes se tradujo en 89 allanamientos; su saldo: 26 arrestos y el secuestro de cuatro kilos de cocaína, además de cuatro revólveres, dos máscaras de gas y 70 mil pesos. Apenas un anticipo, cómo para consolidar la ocupación.

En el aspecto coreográfico, el asunto en sí tiene cierta reminiscencia con lo adelantado por la Escuela de Guerra de los Estados Unidos en cuanto a cómo serán los conflictos bélicos en el siglo XXI: «La guerra estará en las calles, en las alcantarillas, en los rascacielos y en las casas expandidas que forman las ciudades arruinadas del mundo.»

Pero, en este caso, el conflicto reconoce un segundo frente: la corrupción estructural de la policía santafesina, cuyo saneamiento -o, al menos, su neutralización- es ahora un imperativo para normalizar la lucha del Estado contra las organizaciones volcadas al delito.

El escenario es, por demás complejo. En los ´90, la banda de Los Monos se hizo fuerte en los barrios del sur rosarino. Tanto es así que el ascendente cártel de la familia Cantero trajo aires renovadores a la actividad delictiva, al diversificar sus negocios con crímenes por encargo, usuras y extorsiones. Para ello, su ya finado líder, Claudio «El Pájaro» Cantero, logró tejer una serie de alianzas tácticas con diferentes grupos de poder: policías, barrabravas, empresarios y políticos. Así amplió su estructura y extendió su dominio a gran parte de la ciudad. Y de una forma exponencial.

Lo cierto es que la instalación pública de esta historia se desató a fines de 2012, cuando el comisario Hugo Tognoli, se convirtió en el primer jerarca de una fuerza policial que termina tras las rejas por sus vínculos con redes de narcotráfico. Como música de fondo, una virulenta interna entre bandas -con 160 muertos en ese año y 264, en 2013- sacudía la siesta rosarina. En definitiva, aquella guerra dejó al desnudo una alteración del vínculo entre la policía y los sindicatos del crimen.  Hasta ese momento, sus actividades estaban sometidas a las normas de la recaudación policial.

Un modo eficaz de graduar los niveles de la violencia urbana. Sin embargo, en algunas coyunturas, las actividades reñidas con la ley -en virtud al desarrollo geométrico de sus actores- superan con creces la capacidad de regulación ejercida por los uniformados, provocando una implosión institucional.

Lo que está en riesgo, entonces, es nada menos que la subordinación de dichos grupos al poder de «gorra». Las mafias que logran extenderse en determinados ámbitos geográficos comienzan a establecer vínculos de paridad con sus antiguos mandantes de azul. Y en algunos casos, estos dejan de ser gerentes para convertirse en simples empleados.

No habría en tal fenómeno otro factor que un creciente mercado minorista en manos de una estructura de venta al menudeo no menos creciente y con un sólido dominio territorial. Eso es, justamente, lo que pretende desbaratar la task force encabezada por Sergio Berni.

Tal vez su estrategia esté inspirada en la experiencia carioca de la UPP (Unidad de Policía Pacificadora), la fuerza militarizada de Río de Janeiro que, con previo aviso, invaden las favelas y se quedan.

Sus incursiones se remontan a comienzos de 2011 y, por cierto, lograron reducir la hegemonía comercial del narco. Pero ahora, la comparten con las llamadas «milicias»; es decir, grupos integrados por policías, militares y bomberos que, en sus ratos libres se dedican a imponer el «orden». Es de suponer que, en Rosario, Berni sabrá conjurar tales desviaciones.

 

Por Ricardo Ragendorfer (infonews.com)

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