De historias, tradiciones y recuerdos: ¿Cunas o ataúdes?

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Cuando un recuerdo se te manifiesta, dependiendo de cuál sea su naturaleza y tu forma de interpretarlo, tenés la oportunidad de nacer a una nueva manera de ver la vida y refugiarte en la felicidad; podés renacer a pesar del dolor; o quizás elijas encerrarte para siempre en el sueño de la muerte. Sí, porque la muerte se asoma en nuestra vida cada vez que estamos ausentes o cuando nos negamos la posibilidad de salir adelante…

¿Qué recuerdos habitan tus días? ¿Elegís a cuáles darle lugar? ¿O son intrusos que se cuelan cuando te distraés? ¿Acaso son invasores que colonizan tu mente, ensombrecen tus emociones, te atan de manos, te apagan o te llevan a ir por la vida expresando la peor versión de vos?

 

Nuestra vida se inscribe en una historia que nos excede. Hay una historia de la existencia y una historia de tu vida. Hay historias múltiples que se cruzan con la tuya. Historias viejas y otras que recién comienzan. Historias completas e inconclusas, disfrutadas o padecidas.

Pero además hay relatos. Nos cuentan y nos contamos un mundo. Nos narran recorridos de vida; relatamos el nuestro. También fabulamos y nos contamos la propia experiencia. Y ahí, entre lo que pasa y el discurso, se invisibilizan miles de matices de esta compleja realidad que no puede ser abarcada ni por el más objetivo registro de los sucesos ni por la palabra que pretende nombrarlos.

La cuestión se vuelve más desconcertante aún cuando vemos que, además de historias y relatos, hay tradiciones, ritos, surcos… A veces alguien, o el mismo sistema de la existencia que no alcanzamos a comprender, nos configuran e internalizan formas de ser, sentir y hacer a las que nos fidelizamos. Las repetimos y perpetuamos por amor, por sufrimiento o por sometimiento (sumisión, represión u opresión).

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Nacemos al mundo y pasamos a conformar árboles de memorias.

Sus raíces antiquísimas nos conectan con lo ancestral y hasta con la primera célula de vida. Las ramas se extienden y nos relacionan con todo lo que nos rodea. Pero hay árboles que asfixian a otros, que tapan la luz que los nutre. Hay árboles que agotan el suelo y también algunos que se pudren por dentro.

Son los recuerdos, esas cosas que una y otra vez volvemos a pasar por la mente y el corazón, los que pueden alimentar nuevos brotes en nuestra vida o, cuando no los pasamos por el filtro de la consciencia, roer la corteza que nos sostiene.

Son las memorias de dolor y de destrucción que no podemos sanar las que anulan cualquier futuro posible, porque donde hay memoria enferma, hay repetición inconsciente en lugar de crecimiento. Y árbol que no crece es vida que muere.

Son los patrones de pensamiento, sentimiento y conducta enfermizos, nocivos y apegados los que nos abren la puerta a la peor de las muertes: la simbólica, la de la enajenación, la de habitarnos sin ser, la de permitir ser vividos por otros.

¿Qué historias, memorias y tradiciones te constituyen? ¿Te edifican o te destruyen?

Hay algo que sí no deberías olvidar nunca: ellas residen en el pasado y este no existe si no lo recreamos en el presente y no lo proyectamos en el porvenir. Las historias, los recuerdos y los ritos son hechos, dichos, escritos y reproducidos por alguien. Si muere el autor de las memorias dolorosas y lo releva un soñador, un disruptor, un divergente, un buscador, la historia se vuelve diferente…

DIANA SANTORO

PROFESORA EN LETRAS

PRODUCTORA DE CONTENIDOS

COMUNICADORA

PROFESORA DE YOGA

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