DE SALTOS Y CAÍDAS

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Seguramente habrás tomado muchas decisiones en tu vida, más o menos determinantes. Habrás elegido o lo habrás intentado. Habrás planificado y realizado. Habrás hecho lo necesario para que tu vida sea “buena”, sea cual sea el lugar desde donde concibas y definas lo que es la buena vida. Ahora bien, ¿has podido mantenerte a salvo de todo pequeño o gran sufrimiento? Esta es la interrogación más retórica de todas y no admite respuesta positiva. En mayor o menor medida, ¿quién no ha sufrido alguna vez? Incluso aquellos que creemos malvados e indolentes han experimentado dolor. Porque el sufrimiento es relativo y depende del grado de frustración que experimentemos. La frustración no es privativa de nadie. No discrimina.

 

 

Quien pase por esta vida habrá experimentado frustraciones por una simple razón: estas nacen de la no realización de nuestros deseos y, aunque soñamos diferente, todos soñamos.

Somos soñadores por naturaleza. Nuestros vuelos mentales y necesidades emocionales difieren y se realizan en diferentes alturas, pero somos igualmente vulnerables. Estamos por igual indefensos frente a las flechas que nos hieren y derriban. Podrá variar el impacto de la caída, el daño, pero, sin suelo bajo nuestros pies, inevitablemente caeremos en cuanto un obstáculo insalvable se atraviese en nuestro camino, cuando falle nuestra idoneidad de pilotos o cuando se acabe el combustible que nos impulsa.

Nadie es, pues, inmune al sufrimiento.

Podemos llamarle vida, destino, castigo, suerte, azar, o atribuir nuestras caídas a un enemigo, interno o externo. El resultado seguirá siendo el mismo: padecimiento.

Aunque le duela a nuestra vanidad, la experiencia vital valida esta evidencia: no controlamos nada. Somos la prueba viviente de ello. Pasamos, sin éxito, una vida tratando de dominarnos a nosotros mismos. Si no somos amos de nuestra propia existencia, ¿qué probabilidades hay de manejar este mundo que nos precede y excede? Y, si lográramos hacerlo, dado el desequilibrio que tantas veces nos asalta, ¿qué garantías tendríamos de ser hacedores de un mundo que en verdad nos haga felices?

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El sufrimiento es, por lo tanto, una realidad. También lo es, afortunadamente, la felicidad. De ambos podemos hacer buen y oportuno uso. No se trata de resignación, de evasión o de positividad vacía. Se trata de jugar con las cartas dadas. Una vez que nacemos ya entramos en el juego. Sería mucha necedad no jugar del mejor modo posible. Podremos argüir trampas e injusticias. Nada modificará las condiciones de la tirada. Pero nuestra actitud y la estrategia sí podrán cambiar el resultado.

Se trata, entonces, de aceptar. Si gozamos de un poder, ese es el de la transformación. La mente, la emoción y la energía del ser humano comparten ese mecanismo perpetuo que modifica permanentemente todo aquello en que este interviene.

La clave está en que la transformación construya en lugar de destruir.

Esos son los márgenes verdaderos de nuestro albedrío:

elegir entre crear y recrear o aniquilar.

montaña rusa

Ojalá entendamos que nuestra naturaleza no es la del péndulo sino la de la montaña rusa. Ojalá dejemos de oscilar entre el dolor y la dicha y aprendamos a disfrutar de las cimas y a aprender de las depresiones del camino. La montaña rusa de la vida es un juego que no traiciona porque se muestra tal como es. Sabemos que habrá saltos y caídas; prepararnos es nuestra responsabilidad. La causa del sufrimiento es incontrolable y renovable. Nuestro único dominio es el territorio de la acción, de la respuesta. Y donde hay decisión consciente hay vida y plenitud, de lo contrario solo hay supervivencia y ausencia. ¿Qué elegís?

DIANA SANTORO

PROFESORA EN LETRAS

PRODUCTORA DE CONTENIDOS

COMUNICADORA

PROFESORA DE YOGA

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