Imaginando el Amor
Vivimos creando y alimentando ideas sobre el Amor y, precisamente por eso, tenemos en nuestra historia, en nuestro haber, infinidad de amores hechos más de pensamientos que de experiencias. Somos tan singulares que, a pesar de que forma parte de nuestra esencia, no solo no sabemos qué es el Amor, sino que, paradójicamente, nos animamos a hablar de un amor ideal y verdadero.
Somos los únicos seres que, además de (sobre)vivir, imaginan. Somos las únicas entidades que construyen, y destruyen, sus vidas en función de algo que aún no existe.
Somos seres culturales y, a causa de ello, nuestro paso por este mundo se transforma en una asimilación de ideas, muchas veces poco digeridas, y en un hábito, un tránsito inconsciente. A fuerza de repetición, las costumbres se nos cristalizan en creencias. Así, antes de experimentar el amor, lo conceptualizamos, lo clasificamos, lo juzgamos…
Estamos socialmente anclados a una forma de vida que crea nuestra subjetividad. Pero a nuestro mundo interior, más allá de todas las ideas que tenemos y las historias que nos contamos, le falta algo. Sentimos y sufrimos la separación a la que, según creemos, nuestra individualidad infranqueable nos condena.
Entonces comienza la odisea, también culturalmente determinada, en busca de la ansiada completitud: buscamos permanentemente, de forma consciente o no, amor.
Habituados al vacío que, producto de nuestra desconexión, nos habita, caemos en la conclusión de que la respuesta a nuestras carencias está afuera: Debemos esperar, buscar, encontrar amor. No hacerlo es necedad. No conseguirlo, un fracaso. No desearlo, una rareza. Cuestionarlo, herejía, locura, resentimiento.
Estas ideas tan generalizadas han sabido trascender las barreras del tiempo y del espacio. Hay cosas que están arraigadas en la cultura universal por una simple razón: conciernen a las pasiones.
No importa dónde, cuándo ni cómo llegamos al mundo: sin distinción, fantaseamos con poder encontrar algún día al ser amado. Las fantasías que tenemos se moldean en torno al ideal que hemos creado acerca de lo que supone que debería ser una relación amorosa. Dependiendo de cómo percibamos el amor, buscaremos y viviremos amores imposibles, amores sufrientes, amores basados en conflictos, amores pasionales, amores trágicos o amores “perfectos” y superficiales…
Si el vínculo amoroso que experimentamos no se corresponde con nuestro ideal, es probable que la relación deje de ser motivante y que, producto del rol mesiánico que le atribuimos al amor, caigamos en angustia existencial. El costo de vivir en el hermoso y tranquilizador mundo de las ideas es que el contacto con la realidad se nos vuelve frustrante y trágico.
Pero si somos capaces de trascender la angustia de tener que volver a la Tierra, estaremos más cerca del Amor que nunca. Seremos capaces de amar a ojos abiertos, sin perder nuestra individualidad. El amor solo es posible cuando dos personas se comunican entre sí desde la experimentación plena de sus propias existencias.
Descender de las alturas de la idealización nos permitirá conocer otra arista fundamental del Amor: el desafío constante y el sabor de lo impredecible. El Amor no es un lugar de reposo sino un moverse y reinventarse continuos, una construcción, un descubrimiento.
No ubiques al Amor en el Cielo porque nunca podrás alcanzarlo.
Diana Santoro
Profesora en Letras
Comunicadora