NACIONALES-CRÓNICA-Pudo consagrarse en Las Vegas, pero murió acribillado en Isidro Casanova
La historia de César “La Bestia” Romero. Robos, cárcel, el boxeo como redención y un destino trágico
César “La Bestia” Romero en el ring
En la terraza del hotel Miraveu de Montecarlo, seis argentinos integrantes de una delegación deportiva se aprestan a almorzar. Transcurre el viernes 12 de Julio de 1984 y acaban de arribar de la ciudad de San Remo, Italia. Allí, los boxeadores Juan Domingo «Martillo» Roldán y César Romero han completado sus entrenamientos al cabo de dos semanas. Les acompañan el jefe de la delegación y dueño del Luna Park, Juan Carlos Lectoure, los entrenadores Adolfo Robledo (Roldán), y Carlos «Bocha» Martinetti (Romero) y el comanager de Martillo, Luis Abbá.
—Muchachos, hoy hay que comer pescado- dijo Tito Lectoure en alusión a que la próxima comida será recién mañana, día en que cada uno afrontará diferentes tipos de compromisos y el pescado garantiza una menor cantidad de calorías ante la exigencia de la balanza.
Para Martillo Roldán su combate ante el francés André Mongelema era un «trámite» de final previsto. Ganaría a la distancia de ocho asaltos a pesar de una lesión en su mano derecha. Martillo venía de hacer una pelea durísima frente a Marvin Hagler en Las Vegas . Y aunque lo derribó en el asalto inicial, Hagler terminó imponiendose.
César Romero, en cambio, vivía un sueño. Enfrentaría al venezolano Fulgencio Obelmejias en lo que podría considerarse una semifinal para pelear – en caso de ganar- contra el campeón mundial de peso medio pesado, Michael Spinks en el Caesar’s Palace de Las Vegas por un millón de dólares
“La Bestia” Romero en Montecarlo, en 1984
Desde esa terraza, la brisa acaricia y envuelve. Y el azul del Mediterráneo resulta tan puro y quieto que los lujosos yachts fondeados garantizan que allí no hay un cuadro, hay un puerto.
Sobre los manteles gruesos y blancos de un solo patrón telar y con escudos, descansan las tres copas de cristal de baccarat que corresponde a cada comensal. Y en los laterales de cada asiento se advierten los cubiertos de plata que hasta aquí cada cual mira con disimulada desconfianza. El sommelier ofrece un Asti fresco y transpirado de Toscana pero Lectoure le agradece explicando que son boxeadores que mañana pelearan en el Estadio Louis ll y que solo acompañaran la comida con agua Perrier.
Caviar de Irán, ostras de Bouzigues y salmón del Báltico, conformarán el menú de este mediodía. Al término del almuerzo salimos a caminar con César «La Bestia» Romero por los alrededores del hotel para «bajar la comida».
—Nada de lo que me digas lo pienso publicar ahora en El Gráfico, a menos que me lo pidas. Quiero decirte que podés hablar con total confianza sobre tu pasado. En todo caso, le aclaré, el día que llegues a campeón del mundo, lo convertiremos en nota. Ese fue el pacto que tuvo como testigo a quien era corresponsal de Atlántida en Italia, el entrañable y prestigioso Bruno Passarelli.
César Romero me miró con ojos vacíos de brillo, exhaustos de frustración. Había estado cinco años y seis meses preso en el Penal de Mercedes por nueve hechos delictivos, todos por «Robo a mano armada». Dos de sus hermanos, Miguel Ángel y Jorge Antonio, también delincuentes, murieron al tirotearse con la policía. Y ahora aquí, bajo «libertad condicional», con permiso de un juez para poder salir del país, nos hallamos sentados a una mesa del Café de París, ochava emblemática de Montecarlo.
El boxeador había estado preso por robo
—¿En la cárcel se piensa más en salir para no reincidir o en salir para el desquite?
—Primero pensás en cómo hacer para que no te violen o te manteen o te metan punta (faca). Pensá que cuando yo caí había hecho una sola pelea. En «cafúa» (presidio) fui practicando con otros presos. Una ojota en una mano te sirve como manopla para entrenarte.-
—¿Me estas diciendo que te preparabas para ser boxeador profesional al cumplir la condena?
—No lo sé. Saber boxear me daba más seguridad para convivir en la cárcel. Y a mi me gustaba. Pero ojo, eh…en la cárcel se piensa de todo. Un día sos bueno y querés a todos. Otro día te volvés loco y no querés a nadie. Muchas veces tuve ganas de matar «buches» (delatores), «cobanis» (policias) o «candados» (agentes penitenciarios). Y otras en cambio, después que me «engomaban» (cierre nocturno de celdas y pabellones), me quedaba solo y pensaba como hacer para que esos pensamientos no me llegaran a la cabeza y limpiarlos de mi alma, de aquí adentro.-
—Romero, tenés 25 tatuajes en todas las partes de tu cuerpo sin excepción. Desde este águila que cubre todo el torso hasta algún otro mínimo e invisible. Pero me llama la atención éste que tenés aquí, debajo del hombro izquierdo, mirá dice: «Madre, nunca más», ¿qué significa?
—Que nunca más volveré a la cárcel. Y que si se me mete el diablo y hago alguna «cagada» prefiero que los «ratis» (policias) me hagan la boleta o me boleteo yo mismo, pero en «cafúa» no volveré nunca más
A Romero lo acompañaron dos grupos de personas bien diferenciados, sin contacto ni conocimiento previo entre ellos. Su hermano Saul Mario, flaco, pálido, largo pelo negro sobre los hombros vencidos, jean azul naturalmente deshilachado, ojotas, siempre con un cigarrillo Jockey Club entre sus dedos y las uñas largas y sucias. Y el «Pichi» Daniel Rodríguez, musculosa, chancletas y gorra. Romero invitó a ambos con la condición de que no se acercaran ni al hotel, ni a los gimnasios donde estuviera la delegación. Y cumplieron. Aunque en más de una oportunidad y ante la visible tentación de ambos hubo que recordarles a estos muchachos que ante cualquier «fuleria» no podrían ser deportados y deberían cumplir «gayola» en Italia o en Francia, según donde los «engancharan». Es que había tanto Rolex, tanto «cuero» (billeteras y carteras) «regaladas», tanto «vento» en bolsillos voleados…
El otro grupo de acompañantes era completamente distinto, eran quienes creyeron en la reivindicación social de César «La Bestia» Romero, lo ayudaron y viajaron para apoyarlo. Todo lo inició Omar Buchacra, fanático hincha de Boca y concesionario por entonces de golosinas en varios estadios de fútbol. El convenció a otros dos de sus grandes amigos a que fueran a Montecarlo. Fue así que los jóvenes Raul Gámez (actual presidente de Vélez Sarsfield) y Hugo Basilotta, actual vicepresidente de Alfajores Guaymallén, también ilustre «fortinero», se integraron virtualmente a la delegación. Para Hugo Basilotta se iniciaba además un camino altruista que era el de ayudar a los boxeadores. Cuanto más humildes y desconocidos resultaren, mejor. En su imperdible libro autobiográfico «Este soy yo», Hugo Basilotta cuenta que la manera de colaborar no es comprar el esponsoreo de un peleador para una pelea, pues eso no es ayuda, eso es publicidad. El prefería fijar una cifra mensual de ayuda permanente al boxeador. Y respaldarlo, estar cerca, contenerlo y asistirlo. Luego, con el tiempo, los boxeadores agradecidos como el Chino Maidana podrán devolver lo que sintieron por su generosidad al cabo de los años. Tal el recordado caso ocurrido en el MGM, al término del combate contra Floyd Mayweather cuando el «Chino» Maidana, esperando el fallo, desenvolvió un alfajor y lo mordió mirando a la cámara con inigualable satisfacción. Nunca en la historia del marketing se lograron más de diez segundos en vivo para el mundo entero al costo de un Guaymallén de dulce de leche.
Romero aspiraba a tener su gran chance en Las Vegas
Y aunque Hugo Basilotta no lo haya dicho en su libro por recato o respeto, tal su hidalguía, Romero me confesó en aquella charla que recibía 40.000 Pesos Argentinos (denominación de la época) y que en caso de ganar, tendría un bonus de 700 dólares. Ademas de Guaymallén, a Romero también lo respaldó publicitariamente la compañía Seguros Vigencia y Horacio Albini, uno de sus gerentes, formaba parte de la «legión de apoyo» .
Increíblemente, una sola pelea en el Luna impulsó a «La Bestia» al conocimiento popular. Fue cuando noqueó a Carlos María Flores Burlón, un excelente boxeador uruguayo radicado en Pergamino que tenía todo listo y casi firmado para enfrentar al campeón mundial Michael Spinks en Las Vegas por 700.000 dolares.
Lo insólito de esta mueca del destino es que el manager de Flores Burlón, el «Canga» Juan Antonio Bonet, fue quien recibió a Romero en Pergamino después de lograr su libertad condicional. Más aún, lo ayudó, le consiguió trabajo de chapista y le facilitó su gimnasio para mejorar como boxeador. Es así que el verdadero maestro de Romero en el gimnasio fue Flores Burlón. Nadie creía que Romero pudiera «embocarlo». Ni siquiera Carlos Salvador Bilardo quien fue a ver la pelea por invitación de Omar Buchacra y se convirtió en «padrino» de Romero para sumarse a su reivindicación. Y no fue a verlo a Montecarlo porque la Selección en esa época entrenaba los martes, miércoles y jueves en Ezeiza , pues la mayoría de sus jugadores actuaban en el país. .
La pelea en Montecarlo frente a Fulgencio Obelmejias salió al revés. El venezolano de 31 años lo dominó técnica y psicológicamente, lo bailó, jugó con él y hasta en un momento, sobre el final del 5° round, le toco los glúteos como inequívoca señal de desafío para se enoje. No hubo reacción.
Las ilusiones deportivas de “La Bestia” se frenaron en Montecarlo
El viaje de regreso fue triste. Romero se había perdido la chance de ir a pelear a Las Vegas por un millón de dolares. No solo eso: tampoco habría de revertir su destino.
Acomodó los dos autitos que había comprado para sus hijos mellizos en el compartimiento posterior de su asiento del avion. Hizo entrar cuidadosamente una botella especial de Chianti con largo pico para su padre y dos vestiditos, único regalo para su mujer. En Ezeiza no había ni periodistas, ni el camión de los Bomberos que pasea a los vencedores.. Fue una vuelta silenciosa. Un regreso con derrota.
El excelente periodista y escritor Carlos Irusta se ocupó de escribir la crónica para El Gráfico sobre un hecho ocurrido el 23 de Julio de 1984, a los once días posteriores a la pelea y apenas una semana después de la llegada a Buenos Aires. Una interpretación abreviada de su nota magistral nos permite contar que César «La Bestia» Romero y su hermano Saúl Mario pasaron a buscar, en un Dodge 1500, a «Pichi» Rodríguez – los dos lo acompañaron a Montecarlo- por su casa de Paraguay al 200 de Merlo a las 9 y 20 de la mañana. Una hora y media después, robaron un Gacel en Ramos Mejia. Su dueño, Carmelo Affatato, fue temblando a la comisaria e hizo la denuncia. Casi simultáneamente, en unas oficinas que la Empresa de Autotransportes La Plata («La Costera») tenía en el Camino de Cintura, cuatro hombres, integrantes de una banda de delincuentes, fuertemente armados, se llevaron 2.475.050 Pesos Argentinos. Entraron a los gritos, el golpe lo hicieron rápidamente y no hizo falta disparar. Se dirigieron con el botín hacia el Oeste evitando transitar el Camino de Cintura pues en el cruce con la Avenida Provincias Unidas hay un destacamento policial. Necesitaron solo 17 minutos para llegar hasta la Empresa de Transportes «Almafuerte», su próximo robo. «Los acompaño en un solo y me retiro, uno solo, este el ultimo muchachos», les habría advertido César Romero a sus compinches al regresar desde Montecarlo
«Al piso, al piso hijos de p…, al piso o los matamos a todos, .Esta vez el dinero no fue el esperado: apenas 34.216 Pesos Argentinos, pues el camión de caudales se había «adelantado» a la hora «dateada».
Ante tanto griterío y locura, un vecino llamó al 605-0474, el numero de la Comisaria de Isidro Casanova. Hacia el lugar denunciado partieron el Comisario Héctor Alcántara y otros siete policías en dos Ford Falcon.
—Ahí vienen muchachos, agarren los fierros.- grito desesperadamente César «La Bestia» Romero, apretando su cara contra el vidrio de una ventana. Y repitió: «Agarren los fierros que nos matan a todos…».
No se equivocó.
La última imagen de “La Bestia” Romero, tras ser abatido por la policía
Fuente: infobae