DE DUALIDAD Y DE DOLOR

dianaPensemos en nuestra vida diaria, en nuestro minuto a minuto… Lo más probable es que no registremos gran parte del tiempo que pasamos hasta ahora “viviendo”. Recordaremos grandes dolores, grandes satisfacciones y podremos hacer, seguramente, una descripción global de nuestras rutinas. Quizás percibamos en mayor o menor medida, con agrado o con frustración, nuestras estructuras de vida, nuestros rituales cotidianos, aquellos que realizamos y experimentamos como hábitos automatizados, como refugio, a veces, y como prisión, en otros casos. Tal vez nos sorprendamos de lo breve que resulta el racconto de nuestras vivencias, de lo ausentes que parecemos haber estado.

Ocurre que gran parte del tiempo existimos sin consciencia de estar haciéndolo.

Sucede que lo que más nos habita es la desconexión.

Ese vivir desconectados tiene hondas y antiguas raíces en el problema de la dualidad. Pasamos por la vida suponiendo que la realidad está hecha de personas y de cosas separadas. Explicamos el mundo como una sumatoria de sujetos y objetos. Marcamos el límite entre uno y todo lo demás. Así, nos aislamos del otro y de nosotros mismos. Construimos enemigos externos e internos, o invisibilizamos e ignoramos al otro diferente y al nosotros inconsciente.

dualidad

Podemos hablar, pues,  de una percepción dualista, separatista, prácticamente omnipresente. Desde que nos percibimos, en tanto sujetos, como diferentes y separados de los objetos y como unicidades separadas de los demás, comenzamos a interpretar la realidad toda desde ese paradigma de la escisión. En términos de construir nuestra individualidad y de manejarnos en el mundo material, ello no debería representar un problema. Sin embargo, cuando la individualidad se vuelve egoísta o cuando es presa del desequilibrio, de la insatisfacción, comienzan a manifestarse y a agrandarse las grietas.

Cuando transformamos al otro en un objeto, cuando lo cosificamos, y cuando creemos que todo lo que existe en este Universo debe satisfacernos, surge gran parte del sufrimiento existencial que caracteriza a la vida humana. Aparece, finalmente, el conflicto.

En esta dualidad, el sujeto, la persona que creemos que somos,  nos lleva a considerarnos como limitados e incompletos. Sentimos que necesitamos objetos ―una casa, un trabajo, una relación, hijos, etc.― para eliminar nuestra sensación de incompletitud. Desarrollamos estrategias para obtener los objetos/sujetos deseados y para evitar los no deseados.

En esa búsqueda y evitación es que nos encontramos con los otros, quienes desean y necesitan lo mismo. Pero rara vez nos encontramos para cooperar; más bien nos desencontramos y nos relacionamos en términos de competitividad. Bajo los influjos de esta mecánica de vida transcurrimos en el tiempo, deseando, fluctuando y luchando. Y en la fricción con los otros, sujetos y objetos, nos desgastamos y nos convertimos, como afirma un famoso poema, en polvo, en nada. Alcanzamos, finalmente, la unión, pero justo en el espacio y el momento en que ya no somos: en la muerte.

Unidad

Desde tiempos remotos los sabios orientales han sabido trascender la dualidad. Sus más antiguas tradiciones afirman que el sujeto no es diferente de los objetos porque todos son manifestaciones aparentes de la consciencia. Su filosofía nos invita a dejar de percibirnos como separados del mundo, de los otros sujetos y de los objetos, para que el conflicto desaparezca.

Cuando somos capaces de detener nuestras rutinas de ausencia automatizada para observarnos, para conocernos, nos descubrimos iguales al resto de las personas y parte de todo lo que existe. Cuando nos atrevemos a encontrarnos con el otro en la mirada, se desvanecen las definiciones y características que nos encasillan y nos separan. Entonces y solo entonces, en ese lugar de paz, de presencia plena y relación sincera, surge la unidad, ese valor que tanto ennoblecemos y que, de tan ideal, casi nunca encarnamos.

Conexión e individualidad no son antónimos. ¿Por qué no nos animamos a construirnos desde la integración, desde el ser con el otro y lo otro? Empecemos con un trabajo interior y personal. En el camino nos encontraremos.

DIANA SANTORO

PROFESORA EN LETRAS

COMUNICADORA

PROFESORA DE YOGA

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