NOTA-¿Fracasó la SUBE en Pergamino?
Páginas como Infotechnology y discursos oficiales pregonan las bondades de la SUBE. Según el medio antes aludido, la sube es una tarjeta innovadora y un original programa de transporte casi único en el mundo. Afirman que se realizan más de 1.6 millones de cargas diarias y la tarjeta se usa unas 16 millones de veces por día; que en el ecosistema del Sistema Único de Boleto Electrónico (SUBE) conviven más de 23.000 dispositivos en colectivos, más de 600 en subtes y 3.200 en trenes, todo con siete proveedores diferentes; y, más aún, que Sube fue seleccionado entre los ocho mejores sistemas de pago electrónico del mundo en el Transport Ticketing Awards, organizado por la ONG especializada en transporte público Transport Ticketing Global.
Ahora bien, dado que, se supone, cualquier adelanto se debe a sus usuarios, a la utilidad concreta y real que representa para el ciudadano, cabe la pregunta: ¿Es realmente la solución que se preveía y prometía?
Lo cierto es que, más allá de los análisis estadísticos, detrás de los números siempre hay personas y necesidades reales y prioritarias que debemos observar. En el caso particular de nuestra ciudad, quien use con frecuencia el sistema de transporte público debe enfrentarse a una serie de dificultades: “caídas” demasiado recurrentes en el sistema de carga que obligan a recorrer la ciudad, a pie o como sea, buscando algún establecimiento donde poder cargar la SUBE (búsqueda que, tras continuas afirmaciones de “sistema caído”, confirma que la falla no es del establecimiento en cuestión, sino del sistema); cobros indebidos de adicionales, a los que cedemos por comodidad, por necesidad; fallas al intentar realizar de una vez las cargas máximas permitidas, que llevan a tener que realizar acreditaciones más veces de las planificadas, multiplicando el gasto para quienes pagan adicionales ilegales y la incomodidad; frustraciones en quienes deciden hacer valer sus derechos y denunciar, como se indica en instancias oficiales, para enfrentarse luego a la evidencia de que los establecimientos denunciados persisten impunemente en sus prácticas ilícitas a la vista de todo el mundo.
Cabe entonces, como dijimos, interrogarnos: ¿Según qué parámetros evaluamos el éxito de una medida? ¿Realmente la bondad de no tener que cargar con efectivo o conseguir cambio pesa más que las dificultades que deben enfrentar los usuarios? Recordemos que quienes dependen de transporte público son precisamente aquellos cuyas rutinas diarias son realmente susceptibles de toda consideración. A las intensas jornadas de trabajo de gran parte de la ciudadanía, por ejemplo, debemos sumar un estrés más cuando deben buscar alternativas si no pueden realizar las cargas correspondientes y más todavía si, como les ocurre a quienes viajan a pueblos de campaña y pagan importantes tarifas, el saldo negativo no es solución suficiente.
Algunas de estas cuestiones deberían replantearse, al menos, en nuestra ciudad, si su planteo, lejos de tomarse como una crítica destructiva u opositora a organismos oficiales, se lee como lo que pretende ser: una mirada sobre la base de la cual construir servicios cada vez mejores, que atiendan a la perspectiva de quienes realmente, se supone, son las causas que motivan su existencia.