Berni : «hay 4.000 delincuentes robando en Capital (federal) y no se puede hacer nada»

Hace diez días, el secretario de Seguridad nacional, Sergio Berni, declaró que «hay 4.000 delincuentes robando en Capital (federal) y no se puede hacer nada» .

Su aseveración recuerda la del gobernador José Alperovich, de 2007, cuando dijo que iba a entregar a la Justicia una lista de 400 delincuentes y que, si los poderes del Estado actuaban en conjunto, en tres meses se iba a solucionar el problema de la inseguridad.

Tanto Alperovich (hace seis años) como Berni (hoy) sugirieron que gran parte del problema está en la justicia (se referían a la «puerta giratoria» que, según Berni, deja libres al 90% de los detenidos) y se apoyaron en la vieja teoría criminológica que desde Rousseau sostiene que los delincuentes son individuos desviados que han roto el pacto social. La respuesta, según esta teoría, es encerrarlos.

Ahora bien, el problema es identificar quiénes son delincuentes. Berni no duda: arrebatadores de celulares, carteristas, bandas de ladrones de departamentos y de automovilistas («apartamenteros» y «pincharruedas», los llama).

Se refiere a individuos que hacen de esta actividad un oficio cotidiano. No aparecen ahí los aprovechadores ocasionales, ni los ladrones de guante blanco ni los de alta corrupción. Tampoco se incluye a los que compran cosas robadas, y aunque los sujetos vinculados a las mafias sí son vistos como delincuentes, raramente son perseguidos o detenidos.

La policía tucumana coincide en la apreciación de los delitos: algunos calculan -sin dar datos que lo corroboren- que hay unas 100 parejas de arrebatadores y motoarrebatadores activos en el Gran San Miguel, más bandas que atacan propiedades, consideradas de menor cuantía pero capaces de terribles crímenes como el del sereno del country La Arboleda. Y banditas que atacan a 10 taxistas cada día.

La Brigada de Investigaciones tiene fotos de unos 7.000 supuestos infractores a la ley. Son fichas de detenidos frecuentes que que abarcan también escruchantes y mecheras, e incluyen personas que no delinquen, como travestis y prostitutas.

De estas fichas se nutre la discriminadora página on line «Liga antigatos», que expresa la visión de muchos policías del problema del delito.

Algunas cifras de la Justicia: se denuncian 15 a 18 arrebatos y se detiene a 3 arrebatadores cada día. Pero hay otras denuncias que no son vistas como delito: 10 casos de violencia familiar o de género diarios, un caso de usurpación y muchas acusaciones por estafas (por ejemplo, en compras de vehículos).

Otro dato: entre la cárcel de Villa Urquiza y las comisarías de la capital hay 1.300 detenidos. A todos la Policía los considera delincuentes, aunque no se sabe si allí están los 400 identificados hace seis años por Alperovich. Y hay que agregar que se estima que sólo se denuncia uno de cada tres delitos. De esto se puede inferir, lógicamente, que hay más gente delinquiendo que encerrada. Pero la cifra es inapresable.

Las cámaras de vigilancia, el 911 y los policías haciendo operativo presencia en las calles responden al concepto de la vieja criminología que supone que los delincuentes son sujetos por fuera del entramado social que están en guerra con la sociedad. Pero este esquema no ha dado respuestas: no bajó el delito y se asegura que hay más violencia vinculada con las drogas. Y todo es estimación, porque no se hacen estadísticas confiables ni encuestas de victimización, y está muy arraigada la costumbre policial de cajonear las denuncias.

Hay otra concepción criminológica moderna, que vincula muchas prácticas delictivas con infracciones derivadas de la desigualdad social, de la falta de políticas inclusivas, la mala urbanización y la debilidad de la comunidad barrial.

Hay lugares, como Medellín, en Colombia, que hicieron bajar la inseguridad con escuelas, mejores transportes, bibliotecas, espacios públicos, programas asistenciales y educación de calidad.

Allá tenían demasiados delincuentes y delitos (380 asesinatos por cada 100.000 habitantes en 1991; hoy son 46 homicidios) y no podían contarlos. Acaso buscar ese otro camino ayude a contabilizar más personas en la sociedad y menos delincuentes.

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