LA INFANCIA Y EL APRENDIZAJE EN LA ERA DIGITAL

ENTREVISTA A LA LIC. FERNANDA FELICEFernanda Felice

La infancia atravesada por la tecnología, el juego mediado por la pantalla, la desatención en los niños/as, la estigmatización del sistema educativo. ¿Qué hacer como maestros? ¿Qué hacer como padres? Estas son algunas de las preguntas que la Lic. en Fonoaudiología Fernanda Felice se propone responder en su libro “El tiempo de ser niñas y niños” que estará presentando el día de mañana en la ciudad de Pergamino.

 

El Colegio de Fonoaudiólogos de la Provincia de Buenos Aires – Regional Pergamino- invita a la jornada que se llevará a cabo mañana viernes el 23 de noviembre a las 18.30hs. en el auditorio de la Biblioteca Municipal Dr. Joaquín Menéndez –Bv. Colón 685- donde la Lic. Fernanda Felice estará presentando su libro “El tiempo de ser niñas y niños”, abriendo luego un espacio de charla.

Con entrada libre y gratuita, la misma está destinada a profesionales de la salud y la educación; maestros, profesores, fonoaudiólogos, psicopedagogos, psicólogos; estudiantes, padres y público en general.

Fernanda Felice es Licenciada en Fonoaudiología de la Facultad de Ciencias Médicas la Universidad Nacional de Rosario y actual docente de la Cátedra “Lenguaje y Aprendizaje Patológico”. Tras haber presentado su libro en algunas localidades santafecinas, en esta nueva oportunidad arriba a Pergamino para plantear que la palabra y el juego son imprescindibles para las infancias y alertar también sobre las marcas de épocas ganadas por el mercado.

 

¿Cuál es el tiempo de los niños y niñas al que hace referencia el título de tu libro?

F.F.: Desde el título del libro busco rescatar algo que es obvio: la infancia es el tiempo de ser niñas y niños, haciendo referencia a la necesidad de no apresurarlos para que puedan transitar ese fragmento intenso de sus vidas. En estos tiempos de la inmediatez a la que invita la tecnología, me preocupa que se ponga en riesgo la falta de tiempo para que los niños puedan transitar y desarrollar los procesos propios de su infancia: la comunicación, la adquisición del lenguaje, el aprendizaje de la lectoescritura y demás aprendizajes que se proponen en la escuela.

 

¿Cómo se articula esta propuesta en un presente basado en la instantaneidad y el mérito a la velocidad?

F.F.: Pensando en nuestra propia infancia, recordando aquellos momentos que nos permitieron crecer y aprender a quienes nos hemos vuelto grandes, compartiendo más tiempo de palabras, miradas y juegos con quienes hoy son niñas y niños. Trato de apostar a ese encuentro genuino con la infancia. Que eso le pueda suceder a los maestros en el aula, a nosotros en el consultorio y a sus papás y mamás con sus hijos.

 

¿Cómo incide la tecnología y la era digital en la vida de los niños?

F.F.: La tecnología incide en la subjetividad, la comunicación, el lenguaje y los aprendizajes de las niñas y niños. Por un lado, invita la inmediatez, a la rapidez, y los aprendizajes no saben andar apresurados. Crean en los niños y las niñas, también en los adultos, esa falsa ilusión de que rápidamente se puede acceder a la información. Pero aprender conocimientos complejos o apropiarse de saberes dificultosos que propone la escuela dista bastante de la propuesta que brinda la tecnología. Por otro lado, suele primar la imagen por sobre la palabra en los dispositivos tecnológicos, y los niños/as siguen necesitando del lenguaje de las personas adultas que ordena su conducta, que organiza su vida cotidiana, que relata cuentos, historias, que ejemplifica, que explica. Otra característica no menos importante es que la interacción digital sucede siempre en soledad, mientras que la comunicación más genuina sigue siendo el encuentro cara a cara donde uno puede compartir miradas, gestos, palabras, distancias y encontrarse realmente con el otro.

 

Una práctica habitual en muchos padres hoy en día cosiste en darles el celular a sus hijos para que se entretengan. ¿Esto es negativo para el niño o simplemente representa otro tipo de juego en estos tiempos?

F.F.: Los niños están mucho tiempo sentados frente a las pantallas y se estima que esa interacción digital es un juego. Pero jugar tiene que ver con la posibilidad de imaginar, de crear, de sostener los juegos reglados donde se aprendan normas y a respetar el punto de vista del otro; tiene que ver con la constitución de ese niño como sujeto. Por supuesto que también las pantallas inciden en los aprendizajes, porque los niños acceden rápidamente a la información y de manera simultánea a varias ventanas. Pero la escuela es una propuesta totalmente distinta: el niño tiene que sentarse, prestarle atención a una docente que está con la tiza y el pizarrón. Es entonces cuando aparecen los niños desatencionales de estos tiempos, sobre los que nadie se pregunta de qué manera la tecnología ha incidido en los modos de atención y en su aprendizaje.

 

¿Cómo se hace desde el hogar para buscar un equilibrio sin excluir al niño/a de un mundo que pertenece a la era digital?

F.F.: Sin ninguna duda administrar el tiempo frente a las pantallas no es una tarea sencilla para las familias. El punto es que somos los adultos los que no les ofrecemos momentos de comunicación genuina, la posibilidad de dialogar en situaciones efectivas de comunicación, que no tienen que ver con esa pantalla que está mediando. Lo bueno sería que los niños puedan tener un acceso restringido de alguna manera y que la única forma de jugar o de vincularse no esté mediada siempre por un dispositivo tecnológico.

 

¿Qué representa esta idea expresada en tu libro de que la escuela es “la antesala de espera de las empresas terciarizadas”?

F.F.: Me refiero a que la escuela debiera acompañar siempre la trayectoria escolar de cada alumna o alumno para que puedan elegir su propio destino. Cuando la escuela se preocupa más por el rendimiento escolar que por los aprendizajes, está siendo funcional al mercado. El rendimiento se ocupa de medir y cuantificar y se interesa por aquello que se supone conveniente. El aprendizaje, en cambio, es mucho más complejo y por lo cual, deberían evaluarse los procesos y no sólo los resultados obtenidos en un examen. El rendimiento escolar no contempla los esfuerzos, los progresos y logros de cada niño o niña. Y al mercado no le interesan los deseos, talentos ni elecciones. Sin embargo, a las maestras y docentes debiera importarle lo suficiente.

 

¿Qué sucede con aquellos niños que no cumplen con los parámetros de rendimiento escolar?

F.F.: Si un niño falla de acuerdo a lo que establece la escuela, parece que no va a poder hacer nada de su vida. Ese rendimiento escolar está pensando en términos de mercado, ese niño tiene que rendir para poder ser funcional a aquellos trabajos que son «beneficiosas para su futuro». De esa manera la escuela pierde el lugar que le compete, que es acompañar esa búsqueda donde el niño vaya diciendo, pensando y deseando qué es lo que quiere hacer de su vida; y no que tiene que cumplir con una determinada carrera, profesión u oficio porque eso «le es conveniente». Ahora que llega el fin del año escolar, ya no importa qué se enseña ni qué se aprende, porque lo que importa es cumplir con la currícula prevista y las evaluaciones solicitadas. La escuela queda prisionera de la burocracia ministerial y olvida entonces sus verdaderos propósitos.

 

¿Cuál es la reflexión general a la cual se arriba a través de las páginas del libro?

F.F.: Yo pretendo resaltar que los tiempos de cada niña y niño son singulares. Y que ante cualquier dificultad no aparezca el estigma de un rótulo que signe el destino de ese niño. Más allá de las teorías de la escuela inclusiva, las diferencias nos siguen molestando y los prejuicios nos siguen atravesando. La escuela debiera cuidar de las infancias, acompañar ese precioso tiempo de ser niñas y niños. Redoblar la apuesta y mostrarles que en el salón, en el patio, en clases y en los recreos hay tiempo para conversar, para compartir historias y cuentos, para jugar aprendiendo, para aprender con tiempo; para que las chicas y los chicos dejen de cumplir con jornadas diarias —que se asemejan más al universo del trabajo— que a los aprendizajes propios de la infancia.

*Imagen de Virginia Benedetto, La Capital
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