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La muerte en los tiempos de Coronavirus

El Covid-19 cambió hasta la forma de morir. En el momento del adiós, la  persona se queda sola, sin que sus hijos, parientes y  amigos pueden acompañarla, brindarle el último saludo.Tan pronto como nos despertemos de esta pesadilla y el Covid19 sea historia, nos quedaremos con su imagen indeleble asociada a la muerte. De hecho, en los tiempos de coronavirus, el triste ritual que acompaña nuestros momentos finales también cambió. Nos encontramos de la noche a la mañana sin nuestros seres queridos. Entre las miles de víctimas hay familiares, amigos y compañeros de trabajo de quienes no nos hemos podido despedir, ni brindarle, como dice el tango, el pecho fraterno para morir abrazado, ni un apretón de manos, ni un beso, ni un funeral. Recordaremos al Covid-19 como la “bestia” que mata en soledad.

Un caso que conmovió a toda Europa fue el de una pareja de ancianos, él de 86 años y ella de 82, internada el 7 de marzo en el hospital de Bérgamo, cerca de Milán. Morían tres días después, con dos horas de diferencia, solos, sin la posibilidad de poder recibir el último abrazo de sus hijos.

En este sentido, el testimonio en video de Alessio Lasta, un médico del hospital de Treviglio (provincia de Bérgamo, la zona más golpeada en el país), que fue transmitido por la televisión italiana, es conmovedor:  “Me parece que estoy viviendo un viaje sin retorno. Esta noche llegó un hombre de 47 años con una grave insuficiencia respiratoria a quien tuve que entubar, me dijo: mi suegro ya está muerto, ahora es mi turno, haga lo posible Doctor, estoy en sus manos, advierta a mi familia”.  El médico, llorando, continua: “Una promesa, un compromiso con el paciente que no sabía cómo afrontar; y luego, la comunicación por teléfono con los familiares, muy seca y escueta que siempre remata con la misma frase hecha: ‘mis mejores deseos, hasta mañana’. Y también estar preparado  para esa pregunta que no quisiera que le hagan, ‘Doctor ¿cuánto tiempo me queda?’. Además, lo que más temía está sucediendo, tengo que cuidar a conocidos y amigos de mi pequeño pueblo, personas con las que solía bromear hasta hace solo unos días.»

                           

“El día de Abril de 194…”, así comienza «La Peste, la obra más famosa de Camus. La historia se desarrolla en Orano, una ciudad francesa de Argelia, donde súbitamente aparecen miles de roedores muertos. Al principio, nadie le presta atención, pero, cuando los hombres comienzan a morir, se advierte la gravedad del terrible flagelo. “Los enfermos padecen fiebre alta y mueren después de una agonía delirante y corta”. Los habitantes de la ciudad reaccionan  de forma desigual: algunos no renuncian a los placeres de la vida (por lo demás, bares, restaurantes y teatros siguen abiertos). Otros, en cambio, se quedan en sus casas por temor al contagio. Cuando la epidemia alcanza su pico más alto y su virulencia se vuelve devastadora, llega la orden desde París a cerrar la ciudad para prevenir la propagación: “Que sea declarado el estado de peste, la ciudad está cerrada. Los hogares de los enfermos deben ser desinfectados y los familiares someterse a cuarentena de seguridad. Con el arribo del Verano la peste bubónica deviene en pulmonar, una forma mucho más grave y altamente contagiosa; no hay camas libres en los hospitales y las escuelas y gimnasios se convierten en improvisados centros de primeros auxilios. Cuando el número de muertos aumenta dramáticamente, los cementerios se colman y las autoridades tienen que ordenar cavar fosas comunes. El Mundo no olvidará esos 12 camiones militares cargados con 70 ataúdes, que lentamente se trasladan  desde Bérgamo a Módena, Bologna y Rímini, para enterrarlos.    Escrita después de la Segunda Guerra, la novela se leía en clave de metáfora del mal encarnado por el nazifascismo; hoy, la verosimilitud de su narrativa en relación a los hechos de la pandemia, el caos sanitario, y los cambios en las relaciones humanas, le dan una vigencia trágica. Las Orano de ahora se llaman Codogno o Wuhan, los lugares donde la gente muere sola.

El metro de distancia que debe mantenerse entre una persona y otra no es nada comparado con las distancias en kilómetros que existen entre el género humano. Si mañana, una vez que la “bestia” sea vencida, erradicada, podemos reducir estas distancias, ningún ser humano volverá a morir solo. Y ojalá que cuando se vayan las sombras y el miedo, cuando vuelva a brillar el sol, tengamos la voluntad de reconstruir un mundo mejor y nos encuentre mejores personas.

Mino Piane

Periodista Italiano

Residente en Bologna

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